• Reggae MusicS of Jamaica •
FeLiX 2022
Jueves 16
20:15 a 21:00 h.
• Encuentros
Javier García Rodríguez, Andarse por las tramas (Eolas & Menos Lobos 2022) y Guillermo Lorenzo, De la música minúscula (Eolas & Menos Lobos, 2022). Condujo el acto Natalia González. Carpa 2.
El jueves, 16 de junio, Javier García Rodríguez y yo presentamos nuestros «librinos», como finalmente acertó a cuantificarlos nuestra conductora, Natalia González, en la Feria del Libro de Gijón/Xixón (FeLiX22). Fue una tarde preciosa, soleada, templada por la brisa del mar, perfecta para conocer editores, libreros, autores… en resumen, libros. Hubo tiempo para saludar a conocidos, conocer a desconocidos, comprar o tomar nota de libros rompedores, escuchar a maestros consagrados (Sergio Ramírez) o maestras en ciernes (Brenda Navarro), disfrutar de la sabiduría y elegancia con que fueron moderados por Eduardo Sanjosé, y saludar y hacer fotos para el recuerdo con Pepe Domingo Castaño, más fresco y elegante que nunca.
Lo que sigue es lo que recuerdo haber dicho (nervioso, nunca había hablado micrófono en mano en un tenderete de feria con bastante más público del que esperaba) en respuesta a las peliagudas cuestiones que nos planteó nuestra conductora. Si el tenderete («carpa», según la organización) no estaba casi lleno, debí de sufrir una alucinación, porque yo lo sentí lleno hasta la bandera. Fue bonito: había compañeras de estudios, antiguas alumnas, antiguos alumnos hoy colegas, amigos… y lo mejor de todo, perfectos desconocidos que consiguieron cuadrar el círculo para que la presentación de dos librinos imperfectos fuese perfecta.
FeLiX es un lujo para la cuidad de Gijón gracias al trabajo Jaime Priede (compañero de promoción y el mejor poeta que recuerdo de los varios con que compartí estudios en los últimos años filológicos en Feijoo). Y nuestra presentación fue un lujo gracias a Natalia (que consigue ser tantas Natalias al mismo tiempo) y gracias, también, al piquito de oro de Javier (a quien, aunque no quiera creerlo, le está dedicado mi librín, esas cosas no hace falta decirlas).
1. ¿Qué demonios es la belleza? ¿La necesitamos realmente?
Mi librín tiene 60 páginas en las que la dichosa palabra aparece 77 veces. La verdad es que no habría aparecido tanto, tal vez ni siquiera habría aparecido, si no hubiese sido por el encargo al que originalmente respondía. Héctor Escobar, ese editor total al frente de Eolas Ediciones, nos había solicitado, a Javier y a mí, unas páginas para revitalizar la belleza, después de su casi muerte cerebral pandémica, a través de una nueva colección de su sello. Nuestros librinos, más tarde alojados en una colección aún más bella, fueron inicialmente concebidos como un torpe amago de respiración boca a boca, como un primerísimo primer auxilio, para devolverle a nuestras vidas parte de la belleza que el virus se llevó consigo.
En el fondo, a la belleza, a lo que habitualmente se entiende por belleza (llamémosla «Belleza»), yo no la tengo en gran consideración. Lo que pienso sobre ella lo resume perfectamente un titular que leí el 10.06.22 en La Nueva España, el periódico no global más leído en un Principado que no es el de Mónaco ni el de Andorra: «Las “rubias” son cosas del pasado y ni siquiera existen». Poniendo «Belleza» en lugar de «rubias», pues resulta lo que más o menos pienso sobre el particular (el titular se refería a la cerveza, pero no puedo aclararlo, la verdad es que no me preocupé por leer la noticia). La idea de «Belleza» que sinceramente me molesta es esa que parece que se le puede presuponer a ciertas cosas. Es esa Belleza la que me gustaría pensar que es cosa del pasado y que ni siquiera existe.
¿Existe otra? ¿Una «belleza», con minúscula? Pues no lo sé. Lo único que me atrevo a decir es que a veces a uno se le presentan inesperadamente cosas fuera de lo común, cosas que, de repente, consiguen sobrecogerte en el momento menos pensado (a mí me basta con que haya niños o perros, libros o música, cerca para que esta sensación me asalte varias veces por minuto). Y luego hay suertudos, aunque creo que muy pocos, que consiguen pescarla al vuelo, registrarla, describirla, componerla… y compartirla. Intuyo que la belleza, la-belleza-con-minúscula, pueda tener que ver con algo de todo esto.
Y, la verdad, no tengo mucha más teoría estética que ofrecer.
2. ¿Cómo ilustra y explica el libro esta belleza-con-minúscula?
El libro está estructurado como una especie de melodía encadenada en que se van dando relevo algunos de los artistas cuya manera de estar en la música más admiro: Julián “Siniestro Total” Hernández, Jonathan Richman, Camarón de la Isla, Bod Dylan, Pete Astor (The Loft, The Weather Prophets), David Berman (Silver Jews, Purple Mountains), Daniel Johnston, Kristin Hersh (Thowing Muses) y Nico. Cada uno de ellos aparece por una razón en particular que, de algún modo, conecta con la de su antecesor en la lista. Me sirvo de ellos para construir una especie de manifiesto contra el divismo y la mitomanía (verdaderas antítesis de lo bello, creo yo) que rodea el mundo y domina la conversación sobre cualquier tipo de música, tanto la llamada "culta" como la llamada "popular".
Es verdad que parece ir contra toda evidencia negarles una dimensión mitológica a Dylan o a Camarón, incluso a Nico. En sus casos, lo que me interesa es que ninguno de ellos ha sido o es un artista premeditadamente estelar, legendario, mitológico, divino, o como queramos llamarlo. Si se ha llegado a concederles cualquiera de estas condiciones mágicas, creo que ha sido por completo a su pesar. Por eso, en el libro he querido destacar que Camarón era semianalfabeto, Nico medio-sorda, y que Bob Dylan se ha pasado la vida riéndose a la cara de cualquier persona o institución que se dirige a él santificándolo.
Los demás son claramente músicos geniales que, sin embargo, han sobrellevado o sobrellevan la existencia, frente a todo tipo de dificultades, como mejor han podido o pueden (Daniel Johnston, Kristin Hersh), o que ni siquiera consiguieron sobrellevarla por mucho tiempo (David Berman), o, los más afortunados, que han conseguido estar a la altura de la existencia sin el autoengaño, propio y ajeno, de ser dioses encarnados (Pete Astor, Julián). A mi libro he intentado trasladar un rasgo de sus personalidades musicales que es, en todos los casos, una u otra de las formas de la sencillez.
Razón obligada para que el libro sea, igualmente, breve y sencillo: minúsculo. Un librín, como dice Natalia.
3. Autoría + idolatría = «autolatría»
No tengo nada en contra de que alguien encuentre un motivo de disfrute en el «talento escénico» de Mick Jagger, de Nick Cave, de Bono, de Morrisey, de los hermanos Gallagher, de Loquillo o de Bumbury. Vamos, no tengo nada en contra de nada que haga disfrutar a cualquiera sin hacer daño a nadie. Por «talento escénico» entiendo aquí la suma de lo que hacen sobre un escenario, en una rueda de prensa, en una sesión fotográfica, etc. Yo vi caerse a Nick Cave de un escenario (pa’ haberse matao) y confieso que me pareció muy divertido. Pues a otros les parece divertido cuando se mantiene en pie y da la talla como seductor espectral o el que sea ese papel que representa sobre las tablas.
Ahora bien, tengo que confesar que, en la mayoría de los casos, los excesos escénicos de este tipo de músicos me parecen la tapadera con que ocultan el profundo aburrimiento que produce la repetición sin límite de sus propuestas musicales.
Como lo que realmente me gusta es la música, yo no disfruto particularmente con toda esa teatralidad. Creo que la música no la necesita especialmente. Hace que se deslice muy fácilmente hacia la idolatría. Y mi libro es una especie de manifiesto anti-idólatra. Pero lo digo bajito, porque reconozco que tal vez se quede a un paso de convertir la anti-idolatría en una nueva idolatría.
4. Oyente + espectador + consumidor; la cuestión de los formatos
No creo que haya mejor o peor formato para consumir música. La música está por encima del formato y cada cual puede escucharla como más le guste. El formato ofrece el modo como nos relacionamos con la música y todos me parecen bien. A unos le gusta beber la cerveza en copa; a mí, a morro. El disfrute es el mismo, seguro.
La buena noticia al respecto es que en 2022, contra todo pronóstico, aumentó la compra de música y, además, en términos relativamente chocantes: el vinilo superó al cd después de 36 años, a pesar de que el propio cd haya crecido; bajaron (aunque imperceptiblemente) las plataformas de streaming, que son de todos modos el formato de consumo dominante. Lo que me parece perfectamente normal: ¿por qué habría de tener una chica de 18 años el apego al vinilo que yo desarrollé cuando el vinilo era “el” formato?
Y un dato en la sombra, que no tiene reflejo en esas estadísticas recientes, pero que es clave. Irrumpe un formato emergente: la audición de música a través de las series de televisión. Importantísimo tenerlo en cuenta: no solo es un formato de consumo musical en sí mismo, sino que suma el claro potencial de “tirar por” los restantes formatos. Atención a este dato, que ha sido noticia en los últimos días:
Pitchfork 8.06.22
Kate Bush’s “Running Up That Hill” Is Her First U.S. Top 10 Single, Thanks to Stranger Things
La canción es de 1985. Entonces llegó a ocupar la posición 30 del mismo ranking (acabo de saber que acaba de alcanzar el #1 en las listas homólogas británicas).
A las series seguramente se debe, en buena medida, el crecimiento general de la industria musical y también el de los formatos físicos.
Nos sigue gustando relacionarnos con la música.
Y esto sí que me parece bello.